martes, 30 de diciembre de 2014

El Romanticismo según Juan Valera

Juan Valera y Alcalá Galiano, de Alviach
Retrato de Juan Valera. Fuente: Wikimedia Commons.

Juan Valera fue un escritor del siglo XIX español (1824-1905). Sin embargo, aunque empezó su trayectoria literaria en la década de los 40, cuando todavía el romanticismo era el imperativo estilístico, su literatura fue esencialmente realista. Pero Valera fue también un gran crítico y uno de los intelectuales más cultos de su tiempo. Entre los muchos temas que tocó en sus artículos periodísticos y de revista, encontramos también el Romanticismo. "Del Romanticismo en España, y de Espronceda" es un ensayo que se recoge finalmente en la edición de sus Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días (Tomo I), publicado en Madrid por el editor A. Durán en 1864. Así, Valera escribe al calor de los principales acontecimientos literarios de una época que estaba ya dejando atrás los patrones románticos para adoptar, en literatura y en el arte, paradigmas estilíticos y estéticos realistas.
En la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes está albergado el texto completo y digitalizado del ensayo, que se puede consultar aquí. Valera destaca el valor de los poetas románticos de abandonar modelos extranjeros (franceses, sobre todo), para adoptar temas y metros exquisitamente castizos, como el romance en poesía. Así se expresa el crítico:


El romanticismo, por lo tanto, no se ha de considerar, hoy día, como secta militante, sino como cosa pasada, y perteneciente a la historia. El romanticismo ha sido una revolución, y solo los efectos de ella podían ser estables. Entre nosotros vino a libertar a los poetas del yugo ridículo de los preceptistas franceses y a separarlos de la imitación superficial y mal entendida de los clásicos; y lo consiguió. Las demás ideas y principios del romanticismo, fueron exageraciones revolucionarias que pasaron con la revolución, y de las cuales, aún durante la revolución misma, se salvaron los hombres de buen gusto (p. 124).

Con un estilo muy cuidado y un tono irónico muy agudo, Valera sigue describiendo calidades y defectos del Romanticismo, que, en la España de entonces (años 60 del s. XIX) estaba ya agonizando. Este artículo es, por tanto, una lectura imprescindible para hacerse con las principales características del movimiento romántico español. 


lunes, 29 de diciembre de 2014

Del espejo a la lámpara

No hay metáfora mejor que la encontrada por el crítico e historiador de la literatura inglés M.H. Abrams para describir el pasaje de una estética y poética neoclásica, que caracterizó las expresiones artísticas en la segunda mitad del siglo XVIII en Europa, a otra puramente romántica y, si queremos, exquisitamente moderna. Según Abrams, si antes se podía resumir en la imagen del "espejo" la tendencia mimética (mímesis significa "imitación") de los escritores, concentrados en imitar la naturaleza en sus mínimos particulares, como si sus textos fuesen unos espejos en los que las cosas de la realidad exterior e interior se reflejasen perfectamente, con el cambio de siglo (XVIII-XIX) asistimos a una modificación de este paradigma teórico: ahora la nueva sensibilidad de los artistas está volcada a revelar la expresión interior de su propio yo, iluminando los espacios recónditos de su interioridad con sus versos y su prosa, como una lámpara. Así, la literatura deja de ser una copia (imitatio) de la naturaleza exterior, y se fundamenta en la expresión espontánea del sentimiento: la teoría expresiva se opone así a la aristotélica (así se conoce la concepción mimética del arte, debido al tratado de Aristóteles, Poética), la cual fija la génesis del arte en el natural instinto de imitar.
M.H. Abrams, en El espejo y la lámpara (ensayo en el que se recoge su interpretación del romanticismo antes ilustrada), afirma que en la teoría romántica

la causa suprema de la poesía no es, como en Aristóteles, una causa formal determinada primariamente por las acciones y cualidades humanas imitadas; ni, como en la crítica neoclásica, una causa final, el efecto que se propone ejercitar sobre el auditorio; sino, en vez de ellos, una causa eficiente -el impulso, dentro del poeta, de sentimientos, y deseos que buscan expresión, o la compulsión de la imaginación 'creadora' que, como Dios creador, tiene su fuente interna de movimiento (M.H. Abrams, El espejo y la lámpara. Teoría romántica y tradición crítica, Barcelona, Barral, 1975, p. 46)

Pese a que Abrams, en su estudio, se basa principalmente en textos de autores románticos ingleses, estas agudas ideas nos servirán para entender muchas de las cuestiones y temas del romanticismo español.